30 de noviembre de 2017

PARTOS



El mensaje llegó a las 6.10 am. No queda otra que levantarse. Bufando se duchó y robotizado se afeitó a pesar que venía prometiéndose una barba a la moda. Mientras manejaba repasó la agenda del día: qué incordio: a la noche fiesta de cumpleaños incancelable.

Mientras se cambia, la partera lo pone al tanto y la jefa de enfermeras atruena. 
Su paciente, muy joven, primípara y sin acompañante,flamea. Él se acerca, toma la mano helada de la chica entre las suyas y pasa a explicarle, pausado, en murmullo, lo que está por suceder, lo que juntos van a hacer.
Ya en sala de partos, la música que requiere: un Satie grácil, ciertos nocturnos que Chopin prodigara. Exige sigilo, modales, atención a la parturienta más allá de toda excusa. No permite el ingreso de familiares -a la hora de parir, sostiene, toda mujer está profundamente sola, y así ha de ser-. Tampoco permite a residentes que,  estoicos en quirófano,en sala de partos reculan.
Llegado el momento, en el acmé del alumbrar, cuando la mujer se siente partir en gajos, él le dicta mírame, mírame y no dejes de mirarme.
Ella lo mira y mira.
Y es entonces que él le dice despliega el velamen de tu audacia y permite que la criatura comparezca.

La beba duerme en la pecho desnudo de la madre. Ya mamó.
Él, antes de pasar a la próxima paciente, whatsappea a la florería: manden un ramo de rosas, pero que no sean rojas porque es mi tía la que cumple años




 foto: Rolf Rempel




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